¿Ya
ves cómo es que de pronto apareces? Tú sueles aparecer así de pronto, y me
parece siempre como la primera vez. Y pasa lo mismo. Invades, vuelves todo al
inicio, descansas para volver con esos ojos hechos un incendio de color. Son el
abismo, los pasos presurosos para encontrarte escondida en alguna parte del
amanecer. Aún será de noche y no es muy pronto para romper la calma, solitaria,
mil caras, mil espejos, diferente, cada incendio silencioso e
irremediable. Cómo
escapar de ti. Qué habrá después, me pregunto. Quién vendrá contigo. ¿vendrás
de nuevo tú? ¿corresponderé otra vez?. Será la misma ignición de tu abrazo, los
objetos latiendo alrededor, las estrellas detrás de las cortinas, será un beso,
será amor, silencio. Has vuelto con las hojas secas de las bouganvillas,
con las antenas de los caracoles que se reducen. Míralas cómo es que se reducen
y luego vuelven a crecer llamando la atención de tus ojos dulces que se
inclinan, y tú no lo sabes lo dulces que son cuando se inclinan. Es
un incendio repentino, es un beso, el amor, el silencio describiendo preguntas,
el abismo imaginando respuestas, escrutando alguna parte inhóspita de mi
memoria disidente. De pronto la arena húmeda con tu nombre, estás ahí, te metes
en la arena húmeda del mar y te veo sonreír, pero hay veces que tu nombre se
queda a medio terminar. Es
como un juego. El mar viene así de pronto y me lo arrebata. Hay momentos que le
gano. Sí, pero casi siempre el mar es cruel. Me deja tu nombre a medio terminar
y por más que me apresuro me doy cuenta que los dedos de las manos no me
alcanzan. No me alcanzan las manos ni el cuerpo tirado sobre ti. Entonces me
levanto a sacudirme del mar que me arrebata tu nombre convirtiéndolo en
diminutas burbujas saladas que parecen exhalar un bostezo desdeñoso. Es
ahí donde te extraño más porque en esos momentos hasta el café se enfría detrás
de las cortinas que se quedan sin estrellas. Se enfría. Tú sabes que se enfría.
Qué rabia nos da un café recalentado que terminará en el lavadero. Es triste, y
sucede a veces que las estrellas también aparecen y desaparecen como el
incendio que está detrás de tus ojos, hundiéndose entre mis manos, buscando
siempre el motivo que todos dicen ya no existe, y uno espera dando vueltas. Espera quién sabe para qué, una y otra vez en la misma calle debajo de la
ventana y de cara al ventarrón, a veces por las calles solitarias con mil caras
y mil espejos y las mil voces diferentes que parecen gritar, o por la farmacia
que cierra de madrugada con una viejecita vestida de blanco junto a la muchacha
que nos guarda el secreto de los dolores de cabeza. Uno
se queda hasta la madrugada para no estar igual, de qué serviría estar igual y
pasarse de largo frente a tus ojos dulces que se inclinan mirando las antenas
de los caracoles o el sol anaranjado. Sí, anaranjado. Quién mira el
sol anaranjado; sólo la mirada de tus ojos que se inclinan hacia las
hojas secas de las bouganvillas que se desprenden y caen como flotando con
torpeza, dando vueltas tan hermosas para la nada. El
día no está perdido. Aún es de noche para inventarse el sueño, reinventarse el
amor, la felicidad en contra del sin sentido que se llama tiempo, ese
calendario con círculos de color que atosiga y tú sabes que es cierto que se
marcan con círculos de color para ayudarse la memoria de la rutina. Qué habrá
después quiero saber, ¿la misma ignición de tu abrazo? ¿las estrellas detrás de
las cortinas, estarán los besos, el amor, las hojas secas de las bouganvillas
desprendiéndose en hermosos volatines para la nada? Ya
ves cómo es que de pronto apareces para cambiarlo todo, con las antenas de los
caracoles que se reducen. Míralas cómo es que se reducen. Anda, míralas cómo es
que vuelven a crecer luego en tus ojos dulces que se inclinan, y tú no lo sabes
lo dulces que son. No sabes. Podrá ser un juego. Al fin y al cabo un juego
tatuar tu nombre sobre la arena; pero el sol anaranjado, la belleza, tú. Un sol anaranjado que de pronto invade. Tus ojos un incendio. Irremediable, tú.
EQM