Hoy
es una mañana diferente. Afuera llueve y las veredas están mojadas. Pasaba lo
mismo cuando estabas en el mezanine de Benavides y cuando caminábamos por la
avenida Pardo. Lo recuerdo bien y eso nunca nos importó. Tu sonrisa siempre fue todo eso que iluminaba.
¿Recuerdas los
edificios de San Felipe?
En realidad hubiera querido encontrarte de otra forma.
No sé. Caminando de pronto por la calle, cruzando el parque un día de semana, a
la salida del museo; tal vez mientras preguntaba por un libro en la feria. Nadie
sabe si aquello era posible, y es mejor que sea así. Mientras tú cerrabas la
puerta de tu casa de día, yo bajaba las escaleras de una estación muy temprano,
cada uno en distintos lugares, quién sabe a qué distancia y en cualquier lugar.
Y si hubiera existido esa coincidencia por el azar, seguramente nos hubiéramos
detenido a contemplar con velocidad los recuerdos de aquellos años. Un hola, un
abrazo, el saludo y los buenos deseos que siempre están.
Y eso hubiera sido un
regalo.
Pero debes saber que siempre fuiste esa chispa que encendía otra y que
terminaba con algo escrito. Lo acabo de probar. Tal vez por eso volví a caminar,
muchas veces por debajo de esos edificios. Me sentaba a vernos. Siempre fue la
brújula, la nostalgia en continua búsqueda.
Eso nos pasa a algunos.
¿Recuerdas la vez en Miraflores que fuimos de
casualidad a la iglesia y de pronto hubo una alusión que nos sorprendió a la
entrada? Ese día le pregunté al padre si me podía traducir una frase de Borges
en latín. Creo que el cura no nos vio con buenos ojos. Nos divertimos tanto que
no paramos de reír.
¿Sabes? Son tantas cosas gratas que se mueven por encima
esta mañana. Se mueven y forman una gama de infinitas fotografías que aparecen para
envolver y donde uno es capaz de extraviarse. Nada es tan maravilloso como
encerrarse en el telón de una historia. Repaso cada una de ellas como en un
baúl. No quiero salir. Pero no se trata del escriba que teje estas circunstancias
sino de ti.
Esa es la verdad.
Hay algo extraño en el fondo de tu nombre que es
como un abrazo, una fogata, como la paz. El infinito, una canción de Streisand.
Entonces cómo no recostarse y meterse en la rueda del laberinto. Hay muchos de
esos laberintos que pronto tendrán color. Muchos de esos colores son tuyos y es
bueno decir que te pertenecen. Por eso siempre está el anaranjado de una
antigua tarjeta de puntos, está la satisfacción de saber que estás, que existes,
no importa dónde, no importa si reflejada en el vidrio de una galería o abriendo
la puerta de tu casa para salir a un día nuevo.
La vida es sabia; interrumpe las cosas por algo. Todo en ti está lleno de amor. Tú eres ese instante de
creación que se mueve en la memoria, el amanecer tibio, la mañana diferente
a pesar de la lluvia. Todos los colores te pertenecen. Contigo están los nuevos sonidos, la oruga que se mueve, tu sonrisa que todo lo ilumina, el niño que acaba de nacer.
EQM